Muchas de las películas
que se hacen en el mundo vienen de novelas, obras teatrales,
canciones, cómics, noticias e incluso de poemas o composiciones
musicales.
En industrias desarrolladas
como en Estados Unidos existen profesionales que se dedican a la búsqueda
de novelas con la idea de convertirlas más tarde en éxitos cinematográficos.
No hay diferencia entre el método
para escribir una obra original de la adaptación de
obras previas. Adaptar es transformar las peculiaridades de un medio a
otro.
Toda adaptación trata de
valorar las zonas compartidas por ambos medios y también las zonas de conflicto.
El
guionista no sólo tiene que realizar una condensación, puesto
que no se trata solo de resumir, sino que en muchas ocasiones
hay que eliminar personajes, tramas, subtramas, reducir su importancia
o, en algunos casos, inclusive crear nuevos personajes y situaciones.
Algo que sin duda es inevitable que suceda y que afecta de algún modo al ritmo y a los mecanismos
de envolvimiento psicológico del espectador.
El conocido crítico y teórico francés
André Bazin diferencia tres tipos de adaptación:
Las que se conciben con el mayor respeto al espíritu
de la obra adaptada, por ejemplo la adaptación de El Quijote
(1991) de Manuel Gutiérrez Aragón.
Las adaptaciones libres basadas en la simpatía
hacia la obra o en la compra de los derechos de autor tal como ocurre
con Carne trémula (1997) de Pedro Almodóvar.
Las que establecen una dialéctica original
entre cine y literatura como las películas de Marguerite Duras.
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